viernes, diciembre 21, 2012

Mis manos.

En tu última mañana con nosotros mis manos te dieron el último tazón de leche, que tú, terco como ninguno, insististe en terminar. Pese al temblor que empezaba a atenazar tus ya cansadas extremidades nada impidió que terminases tu ritual hasta que una vez agotado el tazón tu vida llego a su fin, en una ironía que recorre mi desvelo cual rayo que no cesa.

Y ahí estaban mis manos para sostenerte en el final del camino, para acogerte en el claro más ayá del bosque. Mis manos te acunaron mientras te ibas, mientras el corazón detenía su latido y te permitía un descanso pese a nuestros deseos y esperanzas. Eran 18 años de compañía, de cuidados y de amistad entre un humano y su mascota. Y terminaron, en mis manos, abruptamente.

Por último, mis manos estuvieron ahí, para llevarte a tu lugar de reposo. Mis manos, de hecho, cavaron tu nicho, al pie de un olivo. Mis manos abrazaron la tierra que te que cobija ahora, con gran pesar aunque quede el consuelo de que retornarás a la tierra que te vio nacer.

Y mis manos, ahora, están algo vacías.



Descansa en paz, querido amigo.